viernes, 27 de marzo de 2020

La filosofía de Bob Esponja, un clásico de todos los tiempos

Nacido a finales de los años 90, Bob Esponja Pantalones Cuadrados cumple este año su veinteavo aniversario.
hay quienes podrían pensar que se trata de una caricatura simple, sólo para chicos, que poco o nada enseña, ya que su finalidad central es la de entretener y divertir. Pero creo yo que deberíamos reconocerle el mérito de que, como tantas otras caricaturas -como Los Simpson o Los Padrinos Mágicos-, sobrevive a la prueba del tiempo justamente porque, a pesar del paso de los años, es un dibujo animado en el que seguimos viéndonos reflejados como sociedad, cultura y humanidad, ya sea por sus similitudes o diferencias con nuestro mundo, que no aparece para nada excluido del mundo de la carismática esponja submarina, fenómeno que está representado en Los Simpson en un capítulo, ya antiguo, en el que Homero queda atrapado en nuestra realidad.
La política, las cuestiones de las luchas culturales y laborales, la amistad, el amor, la familia, la ciudadanía, los valores, las virtudes y vicios, la magia, lo sagrado -representado por Neptuno-, los zombis, los fantasmas, el terror, la pobreza, la competencia desigual entre particulares por ocupar una posición hegemónica en el mercado -representada por la rivalidad entre Don Cangrejo y Plancton-, la historia, la educación, las paradojas del viaje en el tiempo, el derecho a la urbanidad, la naturaleza de las especies, la semejanza o diferencia entre unos y otros... la lista de temáticas sigue, tal vez hasta el infinito.
Por sólo recordar unos cuantos episodios -a mi parecer memorables-, "Vendiéndolo todo", "Reglas de tontos", "La torre cascaruda" o "Anormal", además de "Don Robot" y "El día opuesto".
En "Vendiéndolo todo", Don Cangrejo cae bajo la agradable sorpresa de conocer personalmente a un multimillonario que, para su asombro, quiere comprar su restaurante por una suma incalculable de dinero. Sin problemas, el cangrejo acepta, dejando a sus empleados a merced del nuevo dueño. Resulta que, para su desazón, su "retiro" resulta aburrido; al final, acaba por volver al restaurante reconvertido, para trabajar como un simple lavaplatos. Pero el restaurante en sí ha sufrido una transformación radical; de ser un pequeño centro de comida rápida a un restaurante de lujo, con el detalle de que todo está automatizado, incluso las hamburguesas salen directamente de una máquina, a través de una cinta transportadora, hechas de un material sintético y poco comestible. Cangrejo se escandaliza tanto al descubrirlo que, furioso, destruye el local, devolviendo el dinero a su viejo ídolo rico, que lo ha desilusionado por lo que ha hecho de su restaurante, recuperando el Crustáceo Cascarudo para su pronta reconstrucción y vuelta a su forma original.
En "Reglas de Tontos", un elegante hombre le revela a Patricio que forma parte de una familia de nobles. Por lo tanto, la estrella de mar se convierte en rey, con una corona y ropas adecuadas. Sin embargo, debido a su falta de responsabilidad, termina abusando de su poder; come sin pagar como el resto en el Crustáceo, se apodera de las cosas de los demás y hasta se hace construir un palacio. Cuando la casa de su vecino Calamardo se ve comprometida, éste les hace ver a todos que patricio no puede ser rey. Incluso al final, su propio mejor amigo, Bob, acaba por alejarse de su lado, aterrado por la transformación de su amigo en un egoísta y desconsiderado. Sólo más tarde, y al mirarse en un espejo, Patricio vuelve en sí y renuncia a ser rey.
En "La torre cascaruda", Don Cangrejo convierte su restaurante en un hotel de lujo, al descubrir que la hotelería le dará mayores ganancias que el negocio de la comida rápida. Calamardo no soporta el cambio; a su jefe no parece importarle la diferencia -evidentemente desigual- entre empleados y clientes; sólo los huéspedes pueden utilizar el ascensor, mientras que la escalera es para empleados; el antiguo cajero se convierte en un botones. Tras tener a Patricio como primer huésped, Calamardo acaba por hartarse y decide retirarse. instantes después, vuelve, para tomar vacaciones en el hotel, al tiempo que Bob y Cangrejo se ven forzados a atenderlo, afianzando el punto de Calamardo, que ve el nuevo lugar de trabajo como un campo de explotación peor aún que el restaurante original. Cuando el mismo hotel explote por una falla en la piscina, una vez los cuatro en el hospital, Cangrejo ve cuánto cuesta las operaciones de todos, decidiendo, finalmente, que la medicina es más rentable que la hotelería o la comida rápida.
"El día opuesto" es uno de esos episodios más memorables y graciosos que puedo recordar. En él, Calamardo, cansado de sus molestos vecinos, decide vender su casa y mudarse. para hacerlo, llama a una experta en venta de casas, que debe encargarse de vender su casa; mientras, para evitar contratiempos, Calamardo inventa que están en el día opuesto, haciéndole creer a Bob que tiene que hacer lo contrario a lo que suele hacer, y éste convence a Patricio para que le siga la corriente. la solución dura minutos, ya que antes de que consiga tablar por completo la piña de la esponja, la vendedora llega y, para su desconcierto, es recibida por los dos amigos más locos del mar, que la enloquecen al punto de hacerle cambiar de opinión: ya nunca venderá la casa del calamar.
En "Don Robot", Bob Esponja se convence de que su jefe es un robot, tras haber visto la noche anterior una película en la que los robots dominan el mundo. Cuando ve a Cangrejo bailando como un robot y hablando con su radio con sonidos robóticos, termina de confirmar sus peores miedos; Calamardo no le cree, pero Bob quiere convencerlo de lo contrario; los robots, según la película, no podían amar, reír ni llorar; Bob llama a su jefe y hace que Calamardo cuente un viejo chiste, pero él no se ríe; tampoco se conmueve cuando Bob le dice que Calamardo sufre falta de amor de su familia o cuando le dice que Calamardo lo ama. Finalmente, Bob le cuenta las características de los robots: pinzas de metal, ojos rojos y baterías; Don Cangrejo derrama sal accidentalmente en sus ojos, y antes había guardado las pilas de la radio estropeada en su bolsillo; cuando sale corriendo, sus empleados ven en él todas las características de los robots y se aterran. Lo atan y lo interrogan para descubrir dónde está el verdadero Don Cangrejo; cuando no obtienen resultados, interrogan a otros artefactos -máquinas del negocio- y las destrozan al no obtener respuestas; finalmente, sin embargo, Cangrejo pide piedad y llora por sus objetos destruidos; recuerda sus momentos de amor y risas con su caja registradora -que él mismo creó, cuando era una simple calculadora. Recordando el final de la película, Bob comenta que, en ella, todo acababa descubriéndose como una ilusión del protagonista, cuya visión de robots era un mero producto de su imaginación.
En "Anormal", el estado de excepción de "El día opuesto" es exacerbado -poniendo en práctica lo que, en términos del pensamiento foucaultiano bien podríamos llamar la lucha entre la normalidad y la anormalidad-. Cansado de la actitud alegre e infantil de Bob al trabajar, Calamardo llega a decirle un buen día que es demasiado anormal. Bob encuentra un vídeo en el que muestran cómo se comporta una persona "normal". Días más tarde, Bob ha perdido su cualidad cuadrada -es más hobal-, su habla es neutra y sin emociones, y comienza a hacer las cangreburger con papel y tinta de imprenta. La transformación incluso asusta a Calamardo, quien al verlo, se transforma él mismo en "normal" en extremo. Dándose cuenta de que ya no era él mismo, Bob quiere volver a ser como antes, y lo consigue al toparse con el nuevo Calamardo "normal", cuyo susto lo devuelve a su estado original.
¿Cómo no ver en esta entretenida serie de nuestra infancia, las parodias y caricaturescas pantomimas de nuestra sociedad? La caricatura disfraza, a medias, las semejanzas entre el mundo imaginario del dibujo y nuestro mundo, agregándole sus propias complejidades. la magia tiene su lugar, representada en la tele-transportación en "La fuente de los deseos"; las supersticiones se hacen realidad, encarnadas en el Holandés Errante; en "Las dos caras de Calamardo", la fama es burlada y extremada al punto de su insoportabilidad. En "Turno de ultratumba", una historia de terror fabulada se va volviendo realidad poco a poco, hasta confundir realidad y ficción, ciencia y mito; y en "Noche de brujas", el miedo generado por las supersticiones tradicionales se enfrenta al horror fruto de observar la profanación del cuerpo biológico; al fin y al cabo, el capítulo termina mientras el Holandés Errante huye, presa del pánico, al igual que el resto de los habitantes del pueblo, al contemplar el cerebro desnudo de Bob Esponja, cuya inocencia le impide captar la nueva fuente de terror que posee.
La risa es, sin embargo, al final, el motor y fuente de la ética de la serie, que nos invita a reírnos de todo, ya que la caricatura es un campo de luchas así como de reflexiones. Cada personaje representa algún aspecto de la cotidianidad: Bob, el ingenuo trabajador de clase media baja, risueño pero no del todo fácil de comprender o de tratar; Calamardo, el empleado medio que, sin embargo, aspirante a mejores condiciones de vida, no consigue lo que quiere, siempre superado por su rival Calamarino, cual ejemplo del sueño americano frustrado; Patricio, el tonto de la ciudad, cuya falta de nariz quizás sea una burla y un desafío tanto a los modelos clásicos del psicoanálisis -ya que Freud atribuía a la nariz, como extensión de la boca y, por tanto, del falo, una función objetal herógena y pulsional-, así como a la misma cultura preestablecida. Finalmente, Arenita, la carismática y enérgica ardilla texana, encarna los ideales del feminismo, mezclando a la mujer intelectual con la científica; y Don Cangrejo es, como ya vimos, la encarnación del jefe mezquino y tacaño, no un rico de origen, pero sí uno que, viniendo de una clase humilde, acabó por convertirse en un viejo, cuyas pretensiones de ganar dinero a toda costa lo conducen a explotar a sus trabajadores sin culpa alguna, siendo el ejemplo patente de aquella clase media y media alta que desprecia a los que están por debajo económicamente y que sueñan con volverse todavía más ricos. Sólo por la presencia de su hija Perlita, además del resto de personajes, es que el ideal del jefe absolutamente mezquino y malvado no llega a cristalizar o a realizarse plenamente, quedando al límite de la tacañería.
Esta serie, que cumple ya dos décadas, con tres películas y cerca de trescientos capítulos, sigue reflejándonos en sus personajes y situaciones que, mitad absurdas, mitad realistas, nos siguen recordando que el mundo no está perdido, que otro mundo mejor es posible, si es que lo es en Bob Esponja. Si algo nos enseña es, además de a no tomarnos demasiado en serio determinados paradigmas culturales, morales y sociales a medio camino del anacronismo y el desuso, también nos invita a repensar y rediseñar nuestros propios marcos de pertenencia y de referencia culturales, morales y políticos. Rediseñar tiene aquí el sentido de re-dibujar, volver a mirar, volver a escuchar y volver a imaginar, a reír y a caricaturizar, no porque todo es relativo o todo sea posible dibujar en el mundo de las caricaturas; más bien, porque, al tomar forma, el dibujo, con sus personajes, situaciones y trama, nos muestra la flexibilidad y fragilidad de nuestra propia condición humana, aún sin ser peces, y sin ser los peces que aparecen más que versiones infantiles y caricaturéscas de los peces reales. Porque, sin educación, el conocimiento y la acción transformadoras no sólo serían incomprensibles sino, en verdad, impracticables. Entonces, Bob Esponja representa también un sueño, ése que no se limita a niños y niñas, sino que es, como su misma calificación, para todo y todos los públicos.

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