sábado, 9 de junio de 2018

Caminos de la imaginación

De Platón a Freud, con pocas escepciones, la noción de lo imaginario y de sus términos relacionados -imagen, imaginación-, han estado marcados por formas específicas de responder a una explicación propia del mundo, a una teoría o a una estrategia de análisis. En Platón, la imaginación es el estadio más bajo en el camino del conocimiento, que va en ascenso desde las imágenes, pasa por el discurso, llega luego a la matemática y, finalmente, asciende a la dialéctica. En Hume, las ideas se reducen a impresiones o imágenes que se reproducen en la mente humana, concebida por el inglés como una tabula rasa, como un pizarrón vacío que se llena de imágenes del mundo que la mente va fusionando para responder a sus inquietudes; en Spinoza, igual que en Pascal, la imaginación es la facultad mental que sirve para inventar cosas irreales; para Kant, las imágenes son representaciones sensibles de las cosas espaciales; y en Freud, las fantasías son representaciones inconscientes que, a modo de símbolos elavorados, en los sueños o en la vida consciente, cifran un contenido latente o reprimido. Hay empero otras interpretaciones o concepciones de lo que sean la imaginación y las imágenes. Para los contemporáneos de Homero, creemos que las imágenes eran manifestaciones de los designios divinos; para los presocráticos, eran manifestaciones de principios primordiales de la naturaleza o phisis, como el agua en el caso de Thales, que era una manifestación de la humedad, o el fuego, como una apariencia del cambiante designio del Logos, en Heráclito. Para personajes como Agustín de Hipona, las imágenes eran un primer momento de iluminación, en el camino interno hacia el conocimiento de Dios, en una infinita búsqueda por lo sobrenatural, en la memoria y en las ideas divinas, en el cual la observación exterior de los cuerpos físicos es el primer paso; para el singular filósofo que fue Walter Benjamin, los recuerdos, imágenes psíquicas, acuden a la memoria expontáneamente, en constelaciones, y así con la observación de un paisaje, de una fotografía o de un cuadro, puede surgir, expontáneamente en la memoria, una imagen que nos revele un conocimiento auténtico, mesiánico, inspirado quizá por la visión previa a la constelación. Finalmente, el último autor occidental que creemos pensó en la imaginación de un modo profundo, fue C. G. Jung; el discípulo famoso de Freud, que se separó del psicoanálisis freudiano considerando, por ejemplo, que la livido o energía psíquica no podía ser solamente sexual, que hay dos inconscientes, uno personal, individual, y otro colectivo, universal y que compartimos con todos los demás seres humanos, desarrolló explicaciones originales para hablar de los trastornos psíquicos, y cambió el universalismo mecanicista y sexual de su maestro, que creía ver en todas las cosas creadas por el hombre desplazamientos de zonas herógenas -según Freud, el símbolo universal para el hombre es el falo, masculino, y en todo objeto con forma fálica, creía ver un desplazamiento lividinal del primer objeto del niño y de la masturvación-, por una especie de universalismo simbólico, desarrollando la noción de arquetipo, símbolos colectivos de la humanidad -ánimo es para Jung el arquetipo de la masculinidad, ánima el de la feminidad, Cristo el de la auténtica individualidad, el sí mismo, etc.-, y los sueños para el psicólogo suizo no son códigos que hay que descifrar, sino símbolos que hay que leer, imágenes energéticas que, según cada persona y cada experiencia personal en sueños, patologías o visiones, le quieren decir algo a la persona que los tiene, aunque su ignorancia del mecanismo inconsciente o su reticencia del sentido inconsciente de ese mensaje, la persona sufre y por eso se trastorna; para Jung, la tarea del analista no es, como para Freud, volver conscientes los contenidos reprimidos, sino leer los símbolos de la persona en análisis, haciéndola consciente de sus significados profundos, y conectar así su inconsciente personal con su inconsciente colectivo mediante el análisis, para que el analizando desarrolle su auténtica personalidad inconsciente, su sí mismo, y adquiera su verdadero yo.
Aún entonces, no me parece que ninguna de estas concepciones de lo imaginario sea adecuada; la imaginación, me parece, tiene otros caminos, igual de enrredados, pero con fines distintos. Sólo Benjamin y Jung han llegado, me parece, a una concepción tan profunda de lo imaginario, aunque creo que distan de ser completas o alcanzar para comprender qué sea la imaginación, en un mundo contemporáneo que ya no cuenta con sistemas totales de pensamiento para comprenderse a sí mismo, ni posee ya creencias absolutas en religiones tradicionales en las que pueda depositar el ser humano todas sus espectativas.
Desde Aristóteles hasta Hegel, la filosofía decimonónica concibió al ser humano como un ser de razón, como un "animal racional". En cambio, nosotros concebimos al hombre como un ser de imaginación; y las imágenes, por otra parte, son fundamentales para su comprensión del mundo en el que vive. Dos dimensiones conjuntas componen al ser humano: la que corresponde a la pregunta por "qué soy yo", es decir su dimensión social, histórica, comunitaria, sus facultades mentales, sus producciones culturales, etc.; y aquella otra que responde a "quién soy yo", y esta dimensión constituye la autenticidad del ser del hombre, su esencia inmensurable, su intimidad más honda, mientras el yo viene a ser, por un lado, las relaciones de todas sus partes, exteriores e interiores, consigo mismo y con los demás, su ego; y su expresión actual, expontánea, que se vuelve presente cada vez que me nombro a mí mismo, en la conversación, en el diálogo, en el saludo, cuando digo "yo" y cuando me dirijo a un "tú", de modo en que el yo es una tensión indefinida entre la objetividad y la subjetividad de uno mismo, la conciencia de sí y de cada cosa en el mundo, de los otros y del entorno, del espacio y del tiempo, siempre en desarrollo a lo largo de la vida de cada persona. Pero hay una dimensión interior en el hombre, aquella que relaciona su consciencia con su inconsciente, el ello con el yo, que quiere ser deseo de sí, pero que no es el deseo en sí mismo, aquella esencia del ello que vitaliza al hombre en su inconsciencia, ya que el deseo afirma al ser en la vida, pero no es todavía la razón de su vivir, sino sólo lo que lo mueve a vivir y a darle sentido a la vida, pero el deseo ni es el sentido de su vida ni su única fuente de conocimiento; la imaginación, esencia formal del espíritu viviente, es la energía primigenia del ser humano, aunque no es aún la adquisición ni la incorporación de las imágenes en sí. Hay imágenes exteriores, aprehensiones inmediatas de los sentidos del mundo externo, pero también imágenes interiores, y la representación se juega entre estas dos imágenes, una sensible y otra inteligible, aunque no asciende aún al concepto. La imaginación no es la incorporación interior del mundo exterior, y la formación de imágenes mentales, que precedería a la de las representaciones y a la de los conceptos, no implica solamente la aprehensión externa, sino también la intuición interna, tan inmediata como la primera del mundo exterior, pero distinta; los sentidos se extienden y, como manos del cuerpo y de la piel, atrapan las materias sensibles, mientras el espíritu interior aporta las formas preinteligibles.
La imaginación, que se parece más a la tabula rasa de Hume que la memoria, es puramente el campo y linde de lo imaginario, el habitáculo de una energía inconcebible cuya transformación evolucionará, después de su nacimiento en lo inconsciente, en las formas interiores, materias exteriores, símbolos del ser; la imaginación no crea por sí misma las imágenes, solamente posibilita y habilita su existencia, como una antesala entre el ser y los entes, entre las esencias y la realidad de su advenimiento o surgimiento en el mundo. Las imágenes, entidades indefinidas en su origen, en tanto se conformen y se hagan ellas mismas, repartirán y compartirán la imaginación, en y de donde pueden surgir para ser plasmadas en la consciencia. Es sin embargo el hombre quien, ejerciendo su ser en su consciencia, el que decide qué imágenes advendrán a su mente, como si su interioridad fuera un gigantesco manantial de materia acuosa, y de su fondo pudiera extraer el barro con el que formar figuras hechas para su conciencia; el hombre, ser cuya conciencia es puesta ante la imagen, elige entre una u otra imagen, y decide, consciente o inconscientemente, cuál tomar y cuál dejar, aunque sus recuerdos sean más que imágenes, entidades complejas hechas de experiencia y de forma, mientras en su interior las imágenes son formas, pero en su construcción con lo real de la realidad mediante sus imágenes, escapando siempre de la nada que ignora o no comprende, las imágenes se vuelven materia en sus manos, y con ellas la imaginación puede alumbrar al mundo.
La imaginación, con sus tres maneras de darse al ser: en lo imaginacional, como energía creativa del espíritu; en lo imaginario, como fuente y campo de lo psíquico; y en lo imaginativo, como parte consustancial de cada representación real o ideal del hombre, en su realidad exterior. También, en un sentido similar, Lacan fue, en verdad, el primero que habló de lo imaginario con un sentido propio y distinto al que otros le habían dado; para el psicoanalista francés, se trata de ver al ser humano como un sujeto de lenguaje, y de un sujeto que posee, como ser de lenguaje, tres registros para inscribir el mundo: lo real, que es indecible, pero para Lacan se circunscribiría al sujeto; lo imaginario, registro de imágenes, fantasías y fantasmas; y lo simbólico, que registra las palabras. Así, por ejemplo, frente a cualquier objeto, onírico o diurno, el sujeto registra tres cosas: cuando toma café, por ejemplo, hace tres cosas a la vez, tomma café -realmente-, imagina el sabor del café, el líquido bajando por su garganta, se anticipa al calor de la taza, degusta el café pero también disfruta teniendo la taza entre sus manos, sintiendo el calor que resulta ser real pero tener su correlato en lo imaginario, etc.; y por último sabe nombrar lo que está tomando, lo llama "café", conoce que su sabor se debe al "azúcar", y sabe que sostiene una "taza" donde está contenido el café, aunque todo esto ocurre a nivel inconsciente. Sin embargo, como dato curioso, Lacan atribuye a la imaginación un papel especial: por una parte, es aquello que le da sentido imaginario a todo lo que el hombre hace o piensa, y así algunos psicoanalistas dicen, con Lacan, que todos llevamos un fantasma con nosotros, cuando dormimos o cuando estamos despiertos, cuando leemos o cuando estamos esperando a alguien, es como un depositorio de todas nuestras fantasías, y sin este mecanismo imaginario el hombre enloquecería, porque no podría imaginar lo que está diciendo o pensando, y no podría completar con una imagen básica una palabra; por otro lado, lo imaginario es para el francés el registro de las formas, y así la matemática se vuelve una expresión formalizada de los deseos del sujeto, aunque esta parte de la teoría lacaniana es científicamente muy discutible. Empero, no creemos que lo imaginario sea un registro más del hombre, subordinado además a lo real; en cambio, tomamos lo real, así como el ser, la vida, la singularidad o Dios, como principios atómicos subyacentes, trascendentales que surgen cada vez que el hombre establece alguna relación con cualquier cosa, aunque no pueden reducirse a sus intentos de definición o de descripción -tampoco la imaginación puede, y en este sentido lo en sí cae fuera del entendimiento humano, aunque él reconozca que eso existe y preexiste a sí mismo. Lo imaginario es una energía propia del hombre, no una facultad o un registro, aunque los tiene -como la creatividad, la fabulación o la inventiva-, y es autónoma de la razón, con la cual cada uno organiza el mundo, como puede llegar a serlo de lo real, porque si bien las imágenes surgen de lo real externo, la imaginación sólo es su posibilidad; sólo comparto con Lacan la noción de que lo imaginario es necesario y crea un campo para las fantasías del ser humano; en este sentido, puede aproximarse a la noción o concepto lacaniano de registro, aunque más que un registro, lo imaginario como imaginativo -como parte de la realidad- sea simplemente un criterio o límite ideal de cada cosa para el hombre y no un simple registro de dichas cosas.
La imaginación como límite: se trata aquí no ya de su dimensión puramente metafísica, sino más bien de su dimensión precientífica, social y política; para ejercer una imaginación política y social, que aquí sí debe subordinarse a la razón, para evitar la locura; el hombre debe imaginar límites a lo que no lo tiene, y también imaginar la posibilidad de que aquello que lo tiene deje de tenerlo o tenga otro, delimitando lo aparentemente ilimitado, y deslimitando lo ya limitado, siempre dentro de fronteras de responsabilidad y consenso.
Lo imagenario: si lo imaginario posibilita un campo de idealización y creación, no es un campo de imágenes, sino su estadio previo; en cambio, ese mundo de imágenes, o más bien red de imágenes, es lo que, desde ahora, llamaré lo imagenario; y la posibilidad de ejercer, conocer, reproducir e incluso de manipular una o más imágenes, lo denominaré lo imagenante; lo imagenal: la esencia de una imagen, su origen significante en un sentido exterior -si es visual, auditiva, táctil, etc.-, su naturaleza social, lo que en arte se llama comúnmente lo iconográfico, que así como lo iconológico estudia las formas simbólicas de la cultura; porque mientras una imaginología debe estudiar todas las aplicaciones posibles de la imaginación, una grafosofía debe erigirse como un saber de las imágenes, y bien sabían ya los presocráticos que ellos estaban en el comienzo de una ontografía, porque sus predecesores aún continuaban en una teografía, y así el estudio de las imágenes de lo divino y lo sagrado, como límite expresable de una experiencia más allá de lo visible y de lo decible excede toda imaginación; los presocráticos que, como Heráclito, que conocía la virtud del fuego como imagen física del Logos, que con medida se enciende y con medida se apaga, vivían experiencias místicas y filosóficas, aunque sus ideas tenían que buscar arribar a lo aparente, a lo sensible o, si no, a lo decible, aunque sus ideas perforaran y dislocaran las palabras y las imágenes buscando transmitir la profundidad de creerse parte de una sabiduría no vulgar; y por eso grafos no significa imagen -que sí significa eidos-, sino escritura, palabra, expresión escrita.
La ficción: es lo que se forja en una inventiva no práctica, inútil a usos reales, que sólo busca dejar abierto el mundo y la contingencia humanos en lo infinito, y por ello tienen sentido la filosofía, la ciencia, las artes... Sin ficción, sin desconstrucción de lo real y su reconstrucción en lo irreal, se detendría el sentido de toda experiencia, de todo pensar; distinguir la fabulación de la construcción real es la tarea que, con la imaginación y la razón, tiene el hombre, descubriéndose a sí mismo nocómo un ser fabuloso, pero sí como un ser valioso, y su valor es está en dar valor al mundo, a cada ser y cosa a su alrededor, a sí y a los otros, y en eso recide su dignidad: es valioso porque puede valorarse a sí mismo igual que al resto de sus semejantes y al mundo que con ellos cohabita.
Un principio inspira en mí esta filosofía, aún muy incompleta: quienes con Descartes decían "pienso, luego existo" se oponían a aquellos otros que, con el existencialismo o la hermenéutica, dicen "existo, luego pienso", pero ambos excluyen la importancia de uno de los elementos subordinándolo a otro previo -o bien primero se tiene existencia o bien primero se puede dudar y tener pensamiento-; en cambio, bien podríamos decir "existo y pienso". Yo diré, en cambio, "vivo e imagino, por lo tanto existo y soy"; pero ¿cómo aplicar esta conjunción teórica al mundo, a la coexistencia de los hombres y de las mujeres, de los otros que ni se tienen a sí mismos como hombres ni como mujeres, a la tierra, a la naturaleza, a cada ser en relación consigo mismos y con cada otro ser? Mejor, tal vez, sería afirmar que "imaginamos y vivimos, entonces coexistimos y somos"; Camus, para oponerse a aquel principio solipsista y burgués que afirma que "existimos solos", afirmaba que "me revelo, entonces nosotros somos". Si convivimos juntos e imaginamos entre nosotros, podemos también ser para otros y hablar para otros, y así nuestra existencia puede ampliarse en el orizonte, hacia otros; sin vida no podría haber imagginación, pero sin imaginación sería difícil saber qué haría un ser que solamente tuviera la vida para existir, que no la imaginación para imaginar en la vida y vivir más allá de su propia imaginación.
Notas: son recomendables los siguientes textos para seguir estudiando estos problemas: obras de Lacan: Escritos, Otros trabajos, Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Seminario 14. La lógica del fantasma, Seminario 22. R.S.I., Seminario 26. La topología y el tiempo. Mi cuerpo y sus imágenes, y Topologería. Introducción a la topología de Jacques Lacan, de Juan David Nasio. Imaginario, simbólico, real. Aporte de Lacan al psicoanálisis, de Carmen Lucía Díaz. Obras de Jung: Arquetipos e inconsciente colectivo, Aion. Contribución a los simbolismos del sí-mismo, Energética psíquica y esencia del sueño, El Libro rojo, Formaciones de lo inconsciente, La dinámica de lo inconsciente, Símbolos de transformación, Teoría del psicoanálisis. De Varios Autores, Diccionario de los símbolos, El concepto de historia de Walter Benjamin, la Investigación sobre el entendimiento humano de David Hume, Texturas de la imaginación de Marcelo Pakman, y por último Entre pensar y sentir: estudios sobre la imaginación en la filosofía moderna, editado por Claudia Jáuregui.

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