sábado, 24 de marzo de 2018

Memoria, verdad y justicia: a 42 años del golpe cívico-militar de 1976, tres términos problemáticos

A cuarenta y dos años del golpe de Estado que condujo a la Argentina a la dictadura más cruel, sanguinaria y mortífera, una desdibujada grieta -casi real, casi imaginaria- vuelve ingenuas las polarizaciones conocidas en la política, y mientras el gobierno nacional silencia los monumentos de la memoria, ya por tercera vez desde su comienzo en 2016, grupos de la oposición, de izquierda, de derechos humanos y de organizaciones sociales varias marchan en todo el país, con el conocido lema que, a día de hoy, cuenta ya con cuarenta y dos años de existencia: "memoria, verdad y justicia".
Parece que una fecha histórica, que marca una ructura en la política argentina de entonces -1976- interrumpe la acostumbrada marcha de los acontecimientos de la vida cotidiana de los argentinos, y, a pesar de sus diferencias ideológicas, intelectuales y demás, en boca de la mayoría están estas tres palabras: "memoria", "verdad" y "justicia". Mañana, sin embargo, la historia continuará su curso habitual, y la intelligentsia seguirá con sus mismos discursos, mientras el resto nos seguiremos preguntando: ¿y ahora qué? Es decir: ¿qué pasará mañana con la economía, con los trabajos, con las tarifas, con los decretos? Para muchos otros, el de hoy es un día de descanso, un feriado más entre otros feriados, y sus mentes han perdido la noción del tiempo y, por tanto, de la historia; ya no tienen memoria, o si la tienen, es una memoria que se reduce a la familia, a los amigos y a sí mismo. Pareciera, entonces, que aún seguimos sin comprender lo que muchos quieren -y queremos- decir con esas tres palabras.
Porque, en efecto, ¿no hemos perdido la memoria al ver regresar al mundo político las prácticas antidemocráticas y represivas de los años 50 y 70, desde el Estado y bajo el Estado, algo que creíamos imposible de regresar? ¿No hemos perdido la verdad, al vivir en un mundo en el que ya no es posible tener por verdadero prácticamente nada, sino que casi todo es tenido por verosímil? ¿Y no hemos quedado sin justicia, al ver como, día a día, en nuestro país y en el mundo, aumentan la represión desde el Estado a las protestas pacíficas, la violencia institucional y parainstitucional desde la policía, por ejemplo, y desde los medios también, hacia las mujeres, los ancianos, los trabajadores, los sectores empobrecidos y los nuevos inmigrantes?
Asistimos a un momento en el cual la memoria se ha fundido con la historia oficial, en el que nada parece verdadero sino que todo resulta verosímil, y en el cual, además, el ideal clásico de justicia -ética, política y jurídica- se está derrumbando ante la realidad de un mundo caótico, empobrecido, mercantilizado y asediado por las catástrofes habmientales, las guerras en Medio Oriente, la manipulación masiva de información por grandes compañías y agencias de inteligencia, y por políticas que desamparan a los seres humanos afectados por ellas, y políticos que, en su mayor parte, ya no representan a nadie. Desde nuestro país, aquí mismo, hay quienes, ya desde el 2016, se preguntan cómo es posible el retorno de un campo de prácticas y discursos que, entre finales del 2001 y comienzos del 2003, parecían haber desaparecido para siempre; cada vez son más los que, desde distintas disciplinas y sectores, y desde diferentes perspectivas políticas, pronostican un retorno paulatino a la crisis del 2001; esos intelectuales, decía, se preguntaban, y continúan preguntándose, cómo fue posible semejante retorno de los neoliberalismos en la región, la asunción al gobierno de los Estados Unidos de Donald Trump, y el regreso a la política mundial de discursos xenófobos y racistas, entre otras cosas.
En su más reciente trabajo, Crítica de la víctima, Daniele Giglioli dice algo interesante, que echa luz sobre estos problemas, especialmente al referido de la relación entre historia y memoria: "el que está condenado a repetir el pasado no es quien no lo recuerda, sino quien no lo comprende." (Giglioli, 2017, p.11). ¿Por qué, entonces, pareciera que, a pesar del golpe del 76, a pesar de la crisis del 2001, a pesar de los repetidos esfuerzos de grupos de derechos humanos de evitar que se repitan la crueldad y el horror del pasado, estuviéramos condenados a repetirlos? ¿Y por qué pareciera que, llegados a este punto, por otra parte y razones, la odiada y falaz teoría de los dos demonios, la teoría oficial de la historia y la memoria del alfonsinismo, pudiere convertirse muy pronto en la teoría oficial sobre la historia de la dictadura cívico-militar de 1976-83 del actual gobierno, aplicada en la práctica mediante una supuesta pero indeseable ley que legitimaría, en lo subsecuente, una guerra sistemática al narcotráfico en el país, justificando nuevamente las desapariciones y muertes que hoy aparecen bajo el nombre de gatillo fácil? No es que, según parece, el pueblo argentino no recuerde, lo cual, de ser el caso, invalidaría las movilizaciones masivas durante el intento de renovada aplicación del 2X1, sino que no comprende; y bien saben muchos que, en verdad, fueron las quince muertes del gobierno radical de De la Rüa, acompañadas por las imágenes de los saqueos a nivel nacional, todo ello con el Estado de sitio de fondo, lo que impulsó a la mayoría de la población a quitarle la legitimidad a dicho gobierno, junto con sus prácticas, en vez de alguna explicación de lo sucedido, más allá de lo que todo el mundo cree saber acerca de la extremación de la crisis económica con métodos neoliberales, comenzada por el gobierno militar en los 70, ilegítimamente, y por el menemismo de manera legítima, en los 90. Lo cierto es que aún son muchas las explicaciones -o interpretaciones- que diferentes analistas ofrecen sobre qué y por qué aquella crisis estalló y se manifestó en masivas protestas en todo el país. En el caso de la última dictadura, aún es hegemónica la explicación que, entre otros grupos de derechos humanos, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo ofrecen; pero después del asesinato y desaparición forzada de Santiago Maldonado y del asesinato de Rafael Nahuel por la espalda, ambos excusados impunemente por el gobierno nacional y, se presume, organizados por él, ya no es seguro que dicha explicación sobre la desaparición masiva de personas se mantenga como la más aceptada.
La memoria se mantiene fresca, pero está en peligro de ser manipulada para su olvido sistemático por parte del gobierno nacional; la verdad y la justicia penden de un hilo, e incluso la misma justicia, tan largamente exigida y conseguida, aún si es parcialmente, puede que esté en vías de desaparecer. Es por esto, y por todo lo anterior, que al lema "memoria, verdad y justicia" falta agregar un cuarto término, no menos problemático pero sí entendible y, quizá, fundamental y principal: el de la comprensión. Porque si con la memoria se recuerda, antes que nada y ante todo, con una historia crítica, con políticas y aportes humanísticos y filosóficos críticos, el mundo común se conoce y comprende, se lo debate y revisa; al pasado es necesario tanto comprenderlo como recordarlo, porque si solamente se lo recordara ya esto mismo sería siempre insuficiente; porque la memoria, como también la historia, es selectiva, y sólo la crítica y la pluralidad en perspectivas y realidades, podría evitar que olvidemos la razón de la selección, y así lograr, también, vivir en un mundo donde alguna razón selectiva, que configura memoria e historia, se nos presente, tal vez no como verdadera, pero al menos sí como válida, superando el relativismo de cualesquiera discursos e historias verosímiles de los medios concentrados de comunicación.
No hay que olvidar, hay que recordar, que saber y que vivir con justicia, pero también hay que comprender, porque si no el recuerdo, el saber y la justicia se vuelven nociones vacías, representantes de ideas fijas y faltas de auténtico sentido teórico, práctico y crítico. También para esto está la filosofía, que habilita la crítica, como todos los demás saberes, y, especialmente, la duda.
Nota: muy recomendable es para estos debates el libro más arriva citado, Crítica de la víctima, de Daniele Giglioli, Barcelona, Herder Editorial, S.L., [2014] (2017), traducción de Bernardo Moreno Carrillo. La perspectiva de este autor italiano insiste en deshabilitar los términos "inocencia" por parte de las víctimas, y "culpa" por la de los victimarios, que lo fueron en el pasado, y reemplazarlos por el de "responsabilidad", otorgando a cada actor su propio grado de la misma, condenando a los criminales sin expulsarlos para siempre del mundo de los seres humanos y permitiéndoles, así, el arrepentimiento y el cambio de su conducta; otra de sus conclusiones principales es la de que es posible extender el dolor de las víctimas hasta sus hijos y ñetos, pero no más allá, porque entonces el dolor es un modo de gerarquía que da poder y autoridad a quienes no experimentaron el sufrimiento real. A este autor podría replicársele que, a diferencia de lo que ocurre en otros países del mundo como Alemania, aquí aún es posible el olvido, incluso en Italia, donde las víctimas de la mafia son tan actuales en ese país como las del gatillo fácil en el nuestro. Pero puede ser útil su lectura a la hora de volvernos al caso de la desaparición del Ara San Juan y de sus cuarenta y cuatro tripulantes, cuya trágica desaparición parece que, del lado del gobierno nacional, vaya a quedar silenciada.

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