El maestro DE
Bolívar (1769-1854) fue, ante todo, un adelantado. Educador, reformador,
filósofo, autodidacta e intelectual, leyó a Spinoza, Rousseau y otros
pensadores ilustrados.
Sociedades
americanas en 1828, un texto pequeño y ameno, es quizás donde sus ideas de
madurez aparecen mejor plasmadas. Expresa aquí su deseo de ver una
Latinoamérica unida, unidad que es axioma de su pensamiento pedagógico y
filosófico, como la igualdad. Hombre de ideas, sus advertencias son el
desdoblamiento de concisos pero concretos pensamientos sobre una realidad
convulsa. Sin saberse si llegó a leer a Maquiavelo, distingue bien moral civil,
moral pública, moral política y moral económica.
“La fuerza
material está en la masa moral en el movimiento”, llega a formular. “Hasta
aquí, las dos fuerzas han estado divididas.... la moral en la clase
distinguida, y la material en el pueblo [...]ahora, es menester que vivan de
otro modo”. Compara la situación de ambas fuerzas con dos especies de plantas:
“las plantas que llevan, en dos pies distintos, los órganos de su
jeneración,...en uno el polvo fecundante y en otro el jérmen de la semilla”,
pero él quisiera que todos hicieran como “otras plantas que en un mismo pié,
tienen los dos poderes”. ¿No será que Simón Rodríguez está hablando, consciente o
inconscientemente, de los dos poderes? Una discusión que, desde la Edad Media, enfrentó
al Papa con los reyes, el primero con la capacidad única de aconsejar, como
vicario de Dios, conservando de él su majestad, mientras los segundos
gobernaban. En la modernidad, los reyes ganaron poder sobre las autoridades
religiosas, quedando convertidos ellos en los reinantes, y sus ministros –que
administraban- en los gobernantes; en las Américas, esto quedó patente por los
delegados en los virreinatos, que gobernaban en nombre de sus reyes, demasiado
lejanos éstos para mandar allí. Sin embargo, conste que Rodríguez, cuyo
proyecto educativo estuvo siempre en tensión con la iglesia católica, se
refiere a aquellas plantas “que en un mismo pie, tienen los dos poderes”.
Además, no deja de decir que se traata de dos fuerzas, una material y otra
moral: y, sin embargo, tradicionalmente, ¿no ha sido siempre la fuerza material
la que hizo y la moral la que ordenó? Mejor dicho, ¿no ha sido, desde que la
humanidad ha creado la desigualdad entre los semejantes, que la fuerza moral
–ya sea en manos de sacerdotes o de reyes- mandó, y la fuerza material
obedeció?
Lector de
Spinoza, sin duda, porque dice: “todos se deciden a la acción por él [el
principio, “la fuerza está en la masa- moral en el movimiento”], aunque no lo
conozcan; pero.... la necesidad determina la especie de acción, y las
circunstancias declaran la necesidad”. Más adelante, incluso agregará: “la persona
moral no existe sin la persona real: — no hay atributo sin sujeto.
” No nos olvidemos que para Spinoza la mejor forma de gobierno era la democracia, mientras que para el alumno de Rodríguez, Bolívar, la república tendría que serlo, en ambos casos popular, y aquí entran la lectura de Rodríguez de Montesquieu, como la mención y elogio que de él hará, décadas más tarde, por Tocqueville.
” No nos olvidemos que para Spinoza la mejor forma de gobierno era la democracia, mientras que para el alumno de Rodríguez, Bolívar, la república tendría que serlo, en ambos casos popular, y aquí entran la lectura de Rodríguez de Montesquieu, como la mención y elogio que de él hará, décadas más tarde, por Tocqueville.
Adelantado, también, a Marx, por su denuncia de los males de una
educación –y, por extensión, de una intelectualidad- imperialista y colonial, a
favor de programas mixtos, con escuelas en las que no sólo los hijos de las
clases acomodadas, sino también los indígenas, los pobres y –como ya se dijo-,
tanto hombres como mujeres tuvieran, en igualdad de condiciones, asegurados su
derecho a la educación; un derecho de los pueblos a instruirse, a saber y a
hacer, con la libertad y la igualdad como principios, los conocimientos como
medio y la emancipación como fin. Una educación también popular, claro, e
integral: una que no priorizase ni los oficios sobre las artes, ni las artes
sobre los oficios –de carpintero, de herrero y de albañil-, sino que fuera
integral; pero ¿por qué habría de repudiar la divulgación? Ésta es una de las
tesis del pedagogo latinoamericano que debemos corregir, adaptándola a nuestros
tiempos, en los que teoría, didáctica y práctica son fases indispensables de
cualquier quehacer u obra, sin por ello quitarle su mérito. Adelantándose a
Foucault, quien descubrió que quienes tienen el saber tienen el poder, Simón
Rodríguez dice: “Con los conocimientos, divulgados hasta aquí, se ha conseguido
que los Usurpadores, los Estafadores, los Monopolistas y los Abarcadores, obren
legalmente—que sepan formar cuentas, y documentarlas—enjuiciar
demandas—ganar y eludir sentencias—en fin, que abusen impunemente
de la buena fé, y se burlen de los majistrados. Desde que se han extendido los
conocimientos en química y en el arte de grabar, ya no hay arbitrio que baste,
para impedir la falsificacion de moneda, en metal ó en papel : difúndanse, un poco
mas, las habilidades en que fundan las naciones cultas sus preferencias, y los
salteadores llevarán los libros de sus negocios, en partida doble.”
Otra idea o noción fundamental en la obra del pedagogo bolivariano es la
de la originalidad de la condición latinoamericana: “la América no debe IMITAR servilmente
sinó ser ORIJINAL.”
sinó ser ORIJINAL.”
No deja de ser revelador el siguiente
pasaje: “Entre millones de hombres que viven juntos, sin formar sociedad, se
encuentra ( es cierto ) un gran número de ilustrados, de sabios,
de civilizados, de pensadores, que trabaja en reformas
de toda especie; pero que el torrente de las costumbres arrastra. A estos
hombres se debe, no obstante, la poca armonía que se observa en las masas: por
ellos, puede decirse, que existe un simulacro de vida social: sus libros, su
trabajo personal, su predicacion, su ejemplo, evitan muchos males y producen
algunos bienes: sin ellos, la guerra seria, como en tiempos pasados, la única
profesion, ó la profesion favorita de los pueblos.”
“El BIEN, en el órden
de que se trata, no es un don ni una dádiva ;
sino una INCITACION al movimiento, ó una INTERDICCION que se le pone—en
ámbos casos es menester que el que se mueve, ó se contiene, haga un esfuerzo.
Pocos ignoran la diferencia que hay entre EXCITAR é INCITAR:—excitar,
es hacer que otro ejecute un movimiento que le es propio y á que está dispuesto
: Incitar es hacer que ejecute cierto movimiento que no le es
propio, ó á que no está dispuesto : en el primer caso se provoca—en
el segundo se influye.
Si los pueblos no entienden lo que
se les dice, ni saben hacer lo que se les aconseja ó manda ¿qué conseguirán de
ellos sus Representantes, con discursos y con planes?....FASTIDIARLOS. ¿Qué bien
podrán hacerles?”
Mientras que por un lado llama la atención que la igualdad sea en su
obra principio y no meta, razón por la cual se lo ha comparado con Ranciere, su
texto finaliza diciendo que, sin divulgar sin más conocimientos en el pueblo,
se debe generalizar toda educación, así como considera que la misma implica no
una suerte de voluntad general, sino una creación original de voluntades; lo
que sigue preocupándome es, empero, que diga que, a pesar de implicar no una
mera provocación sino una incitación, dicha incitación se limitaría a influir
en el pueblo para que éste entienda lo que se le dice, como si del mismo pueblo
no pudieran surgir, como pueden bien surgir los votos para elegir a los
representantes, los propios representantes del pueblo. ¿Es paradójico? Sí, pero
quizás mejor sería llamarlo problemático; como también debiéramos desconfiar de
la comparación entre el pensamiento de Rodríguez con el de Ranciere, sólo
porque compartan la consideración de la igualdad como principio en lugar de como
fin, cuando al mismo hay que agregar el de la unidad, sin olvidar el de la
libertad; pero, si la libertad ya no es el fin, si la liberación ya no es la
meta de la revolución a la que aspiran los pueblos americanos por ella –la
revolución-, ¿cuál será? Si la meta ya no es alcanzar la libertad, como Hegel y
Marx creían, sino desplazar y ascender a carácter de axioma el supuesto de ser
todos libres e iguales, y los medios son los conocimientos con su programa
–educativo, económico, político, científico-, ¿cuál es el fin? ¿No será la vida
en común, en la que la liberación, convertida en emancipación cotidiana, lucha
para el mutuo sostenimiento y crecimiento –las plantas de Rodríguez-, como
forma de ir cerrando las brechas sociales?
¿No será que hemos llegado, sin quererlo o saberlo, casi
insospechadamente, a la cuestión de la política como su puesta en crisis, en
forma de medios sin fines? Esa crisis la habíamos remitido, hasta ahora, al
siglo XX, con las dos Guerras Mundiales como umbrales y telones de fondo de su
pasaje de la vida política a la disgregación y fragmentación de la vida social,
constatada por Arendt y Benjamin en los autoritarismos y totalitarismos
europeos, y durante la Guerra Fría, en lo que algunos llamaran “guerra civil
mundial”. Pero antes, es necesario que retrocedamos a la Antigüedad, cuando las
guerras civiles suponían una temporal descomposición del orden político, tiempo
durante el cual, excepcionalmente, cada gobernante decidía el sentido de la
necesidad, mientras las mayorías morían o quedaban inermes, por quedar
desatendidas sus más básicas necesidades. Entonces, la política como puesta en
acto de una comunión o comunicación de gestos, de palabras y de movimientos,
cedía su lugar a la mera vida, al mero acto de sobrevivir, para resguardar el
orden social, en pleno desorden.
Pero, como bien nos recuerda Rousseau en sus Escritos políticos, la
noción de que no hay ley que valga durante una guerra que no sea la de las
armas y la de la fuerza, no era solo una declaración de un particular estado de
cosas por Cicerón; en Europa, las guerras civiles eran un mal constante. Una
vez conseguida la paz, se optó por llevar las guerras a otras partes; una vez
descubierto el continente americano, a medias o no, las guerras de conquista
precedieron a la imposición por normas y leyes del imperialismo europeo. Sólo las
guerras de independencia, junto con las rebeliones indígenas, aún en estado de
excepción, pudieron reponer el sentido de una búsqueda de libertad, unidad e
igualdad de los pueblos contra los invasores; pero una vez acabados los
procesos independentistas, resultó que una segunda colonización se vio
acomodada, bien instalada, al interior de sus naciones: económica, cultural y
de clase, la re-conquista de nuestra América demostró, una vez más, la
paradójica realidad: las guerras por las independencias del Viejo Imperio se
habían ganado; pero se había perdido la batalla por unas culturas propias y por
gobiernos política y económicamente soberanos. Paradójicamente, la vencida
escondía una derrota; perder una sola batalla fue peor, entonces, que perder
una guerra, que sin embargo se había ganado. Sólo durante la segunda mitad del
siglo XX, las cosas volverían a ser puestas en cuestión.
Entonces, volviendo a lo que veníamos diciendo más arriba: la
fragmentación social y política de los pueblos no es reciente; no comenzó con
las dos Guerras Mundiales o con los regímenes antidemocráticos que colaboraron
en sus gestas; no, la cosa –la crisis de la política- es anterior, viene desde
comienzos del siglo XIX, ya que lo que se ponía en cuestión, lo que estaba en
crisis, eran las mismas instituciones y, con ello, todas las tradiciones
occidentales que habían mantenido, desde su arribo oportunista en 1492, lo
que, junto con ellas, era considerado política: y es cuando, en un momento
histórico en el que el triunfo independentista aún no es seguro, cuando Simón
Rodríguez está pensando sus ideas y aconsejando sus reformas –para nada
graduales y sí muy radicales-, ya sea en sus viajes por Europa y, más tarde, en
su vuelta al continente, incluso en su derrota como hombre político, que las
instituciones bajo cuyo patrocinio reino y gobierno, mando y administración, se
sustentaba el poder colonial, que hacer política había consistido, hasta el
comienzo de las gestas independentistas, en administrar las colonias, en
difundir lo que la iglesia decía, en ejecutar los planes de las Coronas. Serán
ideas como las del propio Rodríguez las que ayuden a impulsar el movimiento de
liberación independentista y latinoamericano; la política como movimiento,
educando a las masas, empoderando al pueblo para volverlo consciente de sus
capacidades.
En otras palabras, digamos que, para Rodríguez la unidad de los pueblos
latinoamericanos será bajo una educación nacional y popular, o no será; la
educación será pública, social y popular, o no será nada.