jueves, 30 de agosto de 2018

Por una educación pública, popular y rebelde

Con un dólar que superó hoy los 40 pesos, con las mayorías populares en las calles, y con un país en crisis económica masiva, el gobierno nacional enfrenta hoy graves problemas de legitimidad.
Recordemos: 100 años de la reforma universitaria de Córdova, 50 del Mayo Francés. No son acontecimientos menores, ya que hoy una gran parte de la población nacional salió a las calles para manifestarse, entre otras cosas, contra el ajuste económico, la desfinanciación de la educación pública, el acuerdo con el FMI, la represión policial, la persecución política a opositores, etc.
El régimen neoliberal, con su particular articulación de los poderes de dominación de los que hablaba en su día Foucault -el poder soberano, el disciplinario y el de control-, que utiliza un discurso jurídico para legitimar sus acciones parajurídicas, porque el poder soberano no responde ya más a un hipotético estado de derecho, sino sólo al discurso del derecho que, en manos del gobierno oficial, blinda con argumentos falaces sus verdaderas intenciones: acabar con esa otra soberanía que, no siendo la ejercida por el gobierno sino por el pueblo, quiere ceder a los imperios del mundo -China, Gran Bretaña o los Estados Unidos-, con sus diferentes bases secretas: en las Malvinas, en Baca Muerta, mientras un ejército israelí vigila a potenciales poblaciones peligrosas en el sur argentino. Un gobierno que creó una empresa off-shore con fondos del ANSES, que mandó a la muerte a cuarenta y cuatro tripulantes del submarino Ara San Juan, que ocultó y evitó un posible rescate de los mismos, que habrían sido eliminados por un misil británico cerca de las Malvinas. También es un gobierno neoliberal que semeja un régimen totalitario, ya que con sus simulacros democráticos -no suspende ley alguna, ni la constitución, ni el congreso-, oculta pero a la vez ejerce, persecuciones y amedrentamientos policiales, encarcela y detiene preventivamente sin juicio, crea campos de escepción, aquellos que, expulsando soberanamente a ciertos sujetos -como los pueblos indígenas- del territorio nacional en términos jurídicos, permite su persecución, asesinato y desaparición; no se trata simplemente de considerar delincuentes a algunos opositores, sino de considerar a todo potencial opositor como sujeto sospechoso, peligroso, que no es que pueda ser colocado al interior de las leyes de la misma sociedad que lo amedrenta, sino que, en términos de expulsado, es como si estuviera fuera de la ley, y por eso el gobierno se cree en la legitimidad del uso indiscriminado de la fuerza. No por nada, cuando en su momento se reencarceló a Facundo jones Huala, se lo trató, como se lo había tratado desde un principio, como un extrangero, y mientras se lo confina sin un proceso justo, sin defensa legítima, por fuera jueces y gobernantes intentan forzar su extradición a Chile. Sí las comunidades mapuches, aún formando parte y habitando el mismo suelo del país, son consideradas como no-argentinas, como absolutamente distintas, el gobierno puede legitimar, aún ilegalmente, discrecionalmente, decretando a través aunque por encima de la constitución y de todo código legal, el uso de la fuerza, y allí donde se deja abierto el camino a la ausencia de toda norma, la norma mayor de que no hay norma alguna es la norma; la ley del más fuerte se impone como la ley legítima, y en vez de respetar, interpelando, los derechos consuetudinarios de dichas comunidades, el gobierno nacional y local utiliza todos sus recursos disponibles -gendarmería, policía, medios hegemónicos de comunicación- para intentar invisibilizar, en su virtual desaparición, a los sujetos y comunidades que ellos mismos consideran indeseables.
Todo en vía de desaparecer: políticos, trabajadores, sindicalistas, estudiantes y docentes, ancianos, jóvenes, adolescentes, mujeres y hombres, empobrecidos y clases medias, indígenas, ciudadanos; una política del socavamiento total de cualquier política, que violenta cualquier diálogo, que imposibilita cualquier intercambio que no sea legitimador del poder dominante, ése que dice ser democrático porque "cede la palabra", cuando la esencia de cualquier materialidad democrática debiera ser, en cambio, ejercer la propia palabra consciente de la igualdad de las de los y las demás. Discutir ya no solamente con sujetos diversos, sino también, y especialmente, como prefería pensarlo Hannah Arendt, con una pluralidad de realidades. En cambio, es como si asistiéramos a una nueva manera de hacer política, que es inversamente proporcional a la voluntad política: a menor acción, a menor disensión, a menor intervención, mayor violencia y mayor persecución. Como Daniele Giglioli nos advirtiera en su ensayo, Crítica de la víctima, la mitología victimista, esa que disfraza de víctimas imaginarias a victimarios reales, desacredita cualquier acción, porque la única acción que admitiría como posible sería la indeseable que los mismos perpetradores, inconfesadamente, aplican y sueñan con seguir aplicando: el daño, la violencia, la destrucción; sólo queda como legítima acción la consecuencia del daño, el padecimiento del dolor, y así es mejor no actuar, porque en adelante todo aquel que actúe, que ose hablar, que ose intervenir en el mundo público, o bien será una víctima, o bien un victimario: los verdaderos victimarios se confunden así con sus víctimas, y los sectores más atacados quedan catalogados, cuando responden, como otros tantos victimarios, como si el manifestarse en contra de la opinión oficial constituyera un crimen, como si todo aquel que no acata sumisamente la orden de ovedecer al tirano fuera, por sus convicciones irracionales y no consiliadoras, un sujeto violento, que es imprescindible convatir y, de ser necesario, matar y desaparecer.
100 años de una reforma universitaria, que tuvo alcances latinoamericanos, continentales: un continente que sigue sufriendo las derrotas de sus fuerzas populares a manos de los regímenes neoliberales; 50 años de una revuelta, la que en mayo de 1968, conectara estudiantes, trabajadores y ciudadanía en general, en la búsqueda de mayores libertades y derechos, en contra de tiranías y dictaduras, por la emancipación global en lo sexual, lo económico y lo cultural. Pues bien, ¿por qué no recuperar, reivindicar incluso, todas aquellas banderas? En el caso de la reforma universitaria de 1918, los estudiantes se manifestaban en todo el país por la autonomía universitaria, el cogobierno de las instituciones, la gratuidad y laicidad universitarias, y la apertura popular de las universidades, permitiendo el acceso y la educación de las mayorías empobrecidas o en vías de serlo de la población. También es cierto que, junto a aquellas reivindicaciones de una universidad popular y reformista, muchos estudiantes pedían una universidad revolucionaria, acompañada por una revolución social total. Pero a la vez necesitamos y deseamos universidades, colegios y escuelas, en todos los grados de la educación pública, que sean rebeldes, que sepan decir no a las injusticias, y levantarse contra las cadenas de un sistema capitalista, patriarcal y financiero, que nos supone mercancías, que dispone el valor de nuestras vidas y de nuestros deseos y bienes con la balanza del mercado mundial, buscando no ya solamente la mercantilización, sino también la mercadización del mundo y de lo humano, en un mercadeo de derechos y de soberanías, como si la dignidad y las necesidades básicos fueran negociables, como pretende Macri que la soberanía nacional, las Malvinas y el resto de los recursos naturales nacionales sean negociables para con los imperios extrangeros. Recursos que son también realidades, ya que estos agentes de finanzas globales ignoran por completo tanto el derecho de las comunidades que habitan los suelos nacionales como los derechos de esos mismos ecosistemas, los derechos de la naturaleza y del mediohambiente, que están a medias contemplados constitucionalmente como derechos de tercera generación, en relación a los derechos humanos a la salud o a un mediohambiente sano. no es que los animales o la naturaleza sean esencias separadas -aún si fueran autónomas- de las realidades humanas, pero al estar en contacto permanente con lo humano, debiera considerárseles con sus propios derechos, ya que todo lo que tocamos, nosotros que tenemos derechos, debiera, por tanto, adquirirlo al instante de haber caído bajo nuestros pies y manos, nuestros ojos y nuestras instituciones.
En alguna época pasada, hubo un singular debate metafísico, ya que los filósofos no se ponían de acuerdo con qué era aquello que el ser humano había traído como singularidad de su condición: las ideas, la razón, el bien, el mal, el conflicto, etc. Heidegger, por ejemplo, afirmaba que el ser humano había traído al mundo el ser; Sartre, en cambio, decía que fue la nada. Pero Albert Camus, contra ellos aunque en su misma línea, llegó a admitir que lo que el ser humano trajo al mundo fue la contradicción, su condición de rebeldía, su naturaleza que siempre se niega a ser algo que hay previo, lo que es o está preestablecido, así como no renuncia a su realidad y a sus congéneres, de modo en que no se arroja a la nada. Para evitar caer en los vicios burgueses del capitalismo, que según el autor francés llevaron a la humanidad a cometer los peores crímenes -exterminios masivos en todo el planeta, persecuciones, matanzas, etc.-, que convirtieron las aspiraciones totalitarias del nazismo y el stalinismo en sistemáticos suicidios colectivos -que tanto matan a sus semejantes como a sí mismos-, que habrían podido afirmar que "existimos solos", él quería que afirmásemos otro principio, casi cartesiano, rebelde: "me rebelo, entonces nosotros somos". El neoliberalismo, como un nuevo tipo de totalitarismo, más moderado, cuya herramienta letal no es tanto la policía secreta como el mercado y los instrumentos financieros, implica, me parece, esa nueva manera de hacer política que, en sus intenciones de invisibilizarlo todo, activa la vitalidad de una desfantocracia -un poder del desaparecer para evitar comparecer-, en sus ancias de dominación, desaparición y destrucción totales del mundo, de los seres humanos y de sus tiempos y espacios públicos, privados y cotidianos. El totalitarismo neoliberal, como nuevo criterio de formador de subjetividad -la de los sujetos emprendedores-, así como destructor de las soberanías tradicionales, que retira al Estado y sus herramientas de salvación de derechos y libertades democráticos, que arroja a todos a la arbitrariedad de una lucha interminable por la supervivencia del más fuerte, pretende una absorción total de lo humano que, si antes sólo era posible parcialmente para los regímenes totalitarios ya desmantelados en el siglo XX -nazismo, stalinismo, o los autoritarismos del franquismo, los despotismos totalitarios orientales de Corea del Norte o de la China comunista postmaoísta, así como las dictaduras latinoamericanas de los años 70 y 80-, mediante cierta fabricación de la soledad absoluta, en el aislamiento de los campos de concentración y de exterminio, ahora se vuelve más posible y amplia desde los mecanismos neoliberales, porque desde la irrupción postmoderna del tiempo total, del presente absoluto y del "no hay tiempo", o del "se acaba el tiempo", incluso del "el tiempo es dinero", son los gobiernos neoliberales los que, con sus extremismos y gradualismos, economías de shock o de competencia masiva, se han apropiado de ese último resquicio democrático del tiempo, que los gobiernos como los de Macri o Temer, gestionan los tiempos, limitan los tiempos de vencimiento de deuda, endeudan al infinito sus democracias (cuando el presidente Macri dice que "estamos creciendo", la conjugación de las oraciones en los tiempos presente y futuro plurales de la primera persona, al indicar un "nosotros", en realidad habla para algunos, que no son todos los habitantes argentinos, sino que son los ricos y poderosos del empresariado nacional, pero que es fundamental que abarque a todos en sus pretenciones discursivas, aparentando hablar a todos). SI en un par de meses se adelantan las elecciones nacionales, presa o no Cristina Fernández, ello seguirá indicando la manipulación de Cambiemos del tiempo político -el cambio permanente es otro indicador adicional de un rasgo totalitario en el partido oficialista nacional-, y sólo una eficaz y responsable organización, articulación y reempoderamiento hegemónico de los sentidos populares en ese entonces, posibilitará a la oposición ganar elecciones sin olvidar sus debates abiertos con las pluralidades del resto de la población, reabriendo el espacio público para la legitimación de otros discursos que permitan deconstruir la ya vieja "grieta" nacional, para revisar y rearmar las tramas y redes ciudadanas. No bastará cancelar la nueva deuda externa, normalizar las tarifas o procesar a los perpetradores, ni siquiera recuperando las provincias en manos del peronismo o la izquierda, dialogando además con aquellos movimientos sociales y varriales de corte libertario -por ejemplo-, sino que faltará también saber actualizar las nuevas luchas discursivas, que implican hoy, por poner un ejemplo, el debate de la legalización del aborto.
Hay que repolitizar los espacios públicos, las instituciones educativas en todos los niveles, las conversaciones más íntimas; también hay que continuar reconociendo los rasgos sociales, radicales y emancipatorios de las luchas populares. Hay que hacer que reaparezca el ser del pueblo, individual, social, político y latinoamericano, para que los usurpadores del poder de turno no puedan evitar comparecer ni ser procesados debidamente por una nueva justicia, por nuevos jueces y mejores legisladores, para que no se le vuelva a permitir a nadie, fácilmente, arrancar al ser y matarlo en cada persona, en cada sector social empobrecido, destruir los derechos y las garantías adquiridos, violar las leyes básicas, desaparecer a nadie bajo ningún concepto al colocarse ellos en los lugares de poder real.