lunes, 1 de marzo de 2021

Apuntes para una epistemología de las mutaciones

Resumen[1]

Este trabajo pretende ser apenas un apunte, un primer intento de indagación, en el camino de crear una filosofía amplia y comprometida con su tiempo histórico.

Para ello, nos hemos propuesto ensayar un estudio de la "mutación" social, del "cambio" social, a través de una lectura a cuatro tiempos, de cuatro textos diversos: Para una crítica de la violencia, de Walter Benjamin; Caminar atravesando muros, de Eyal Weizman; El fénix en el gallinero..., de Silvana Rabinovich; y el prólogo de Ciudad blanca, crónica negra..., de Carlos del Frade.

0. Introducción

En tiempos de crisis, tras haber asistido al retorno del neoliberalismo a nivel nacional y regional, con la instrumentalización del “cambio” y de su apropiación como palabra de guerra, pandemia mediante, se vuelve imperioso elaborar una filosofía de amplios alcances, comprometida social y políticamente con las problemáticas actuales.

En tal sentido, nos pareció indispensable ensayar los trazos de una epistemología de las ciencias sociales situada, como vector de su direccionalidad concreta: para llegar a asentarse en la praxis, para ser rama de la praxis antes que su esquema de prefiguración, no basta conocer el destino de dicha filosofía, primero es necesario marcar los pasos hacia el mismo. Por lo tanto, esta epistemología funciona más como flecha del pensamiento, y las condiciones epistémicas concretas –espacios, tiempos, historia, contextos, etc.-, como su arco. Este arco y esta flecha están, o deben estar, en lo sucesivo, en manos de las comunidades reales, en diálogo constante con los saberes diversos –académicos, originarios, autóctonos, militantes y sociales- para la construcción interdisciplinaria (para nada disciplinante) de los saberes –ciencias, artes, humanidades, pero también las religiones y creencias- en clave de prácticas sociales.

Son tiempos frágiles, tiempos, en fin, donde si hay algo que permanece frente a todo cuanto se transforma, es la identificación consigo mismo, es decir la contemporaneidad; y por lo tanto, las transformaciones, las mutaciones, son más bien la regla que la excepción. ¿Cómo aprovechar tales transformaciones y ponerlas al servicio de los intereses populares de las comunidades implicadas? Es decir, ¿cómo orientar el sentido de tales cambios para evitar su instrumentalización, acaso inevitable, y tomar las riendas de la praxis social y política frente a su uso y abuso por los poderes concentrados? Creemos que no basta para ello ver la oportunidad en la dificultad, sino que sigue faltando resignificar los términos y reorientar, reenlazar sus orígenes y posibilidades con algo que los fije al mundo donde pensarlos, para disputar los destinos comunes más allá de lo simplemente dado.

1. Violencia y derecho

Podríamos irnos a buscar los elementos más definitorios del debate en torno a la biopolítica (término acuñado por Michel Foucault en sus cursos en el College de Frannce) a sus fuentes más “directas”: pero sería cuestión bien compleja y daría para un estudio independiente (de Foucault, pasando por Esposito, hasta Agamben, entre otros), por lo cual, lo mejor será, en este caso, remitirnos a otro autor (anterior en varias décadas a Foucault), en quien uno de dichos pensadores basó otro término de la filosofía política contemporánea: a saber, Walter Benjamin. En sus Tesis, Agamben vio el germen de su teoría del estado de excepción. Pues bien, focalicemos en esta ocasión, no en sus Tesis, su obra más conocida, y en su lugar vayamos a una obra anterior: estamos hablando de Para una crítica de la violencia, escrito de 1920 a 1921. Allí,, Benjamin le está respondiendo a Carl Schmitt, participando de un intensísimo debate sobre el poder constituido y el poder constituyente[2].

Benjamin comienza por diferenciar violencia fundadora de derecho de violencia conservadora de derecho. Ante todo, ¿de qué nos está hablando Benjamin cuando se refiere a esta distinción al interior de la violencia?

El derecho a huelga, en tanto que ejemplo de huelga revolucionaria, dice Benjamin, para el Estado suele tratarse más bien del derecho a retirarse de la violencia, retirándole su derecho a la misma a quienes reclaman y suspenden su trabajo, ejerciendo así el Estado una violencia indirecta por medio de las patronales, ejerciendo estas últimas un particular modo de violencia conservadora de derecho. La pena de muerte, la guerra y la policía, por otro lado, sin base alguna en el derecho [natural], son tanto fundadoras como conservadoras de derecho: ejecutan –y administran- los decretos con fuerza de ley, en lugar de promulgar leyes, y son ellas mismas reforzadoras del derecho mediante la violencia, apareciendo allí cuando y donde el Estado no suele tener interés en asegurar las leyes, es decir en los sectores vulnerables de la sociedad (Benjamin, 2001, pp27-29).. “El derecho de la policía indica sobre todo el punto en el que el Estado, por impotencia o por los contextos inmanentes de cada orden legal, se siente incapaz de garantizar por medio de ese orden, los fines empíricos que persigue a todo precio. De ahí que en incontables casos la policía intervenga «en nombre de la seguridad», allí donde no existe una clara situación de derecho, como cuando, sin recurso alguno a fines de derecho, inflige brutales molestias al ciudadano a lo largo de una vida regulada a decreto, o bien solapadamente lo vigila. En contraste con el derecho, que reconoce que la «decisión» tomada en un lugar y un tiempo, se refiere a una categoría metafísica que justifica el recurso crítico, la institución policial, por su parte, no se funda en nada sustancial. Su violencia carece de forma. así como su irrupción inconcebible, generalizada y monstruosa en la vida del Estado civilizado.” (Benjamin, 2001, p.33). Los contratos también presuponen, dice Benjamin, la violencia fundadora y la conservadora de derecho cuando, por ejemplo, existe la advertencia de que, si una de las partes incumple lo acordado, irrumpa la violencia para su castigo. “Toda institución de derecho se corrompe si desaparece de su consciencia la presencia latente de la violencia. Valgan los parlamentos como ejemplos de ello en nuestros días. Ofrecen el lamentable espectáculo que todos conocemos porque no han sabido conservar la conciencia de las fuerzas revolucionarias a que deben su existencia.” (Ibidem). Más adelante, dice Benjamin que la justicia es principio de fundación divino de fines, mientras que el poder es principio de fundación mítica de todo derecho (Benjamin, 2001, p.40). En tanto que medio para la implantación del derecho, la violencia y el derecho no son independientes; es más, la violencia es tanto medio para el derecho como el derecho es fin para la violencia, aunque violencia fundadora y conservadora de derecho puedan oponerse entre sí.

Cuando, por ejemplo, Zeus castiga a Prometeo, dicha medida no implica una mera sanción por la transgresión o ultraje del derecho establecido, sino que, más bien, funda un nuevo derecho. La violencia mítica así presentada sería, plantea suponer Benjamin, apenas la prueba de la voluntad de los dioses, pero ante todo, la manifestación de su misma existencia.

Para ser redentora, la violencia revolucionaria ha de buscar, indica Benjamin, expresarse en violencias diferenciadas del derecho, en forma de una violencia destructora del derecho pero incruenta, que no exige sacrificios, aunque los acepta, que implicará luchar por la vida justa, la vida mejor, contra la sacralización de la mera vida impuesta por el derecho, que se ha apropiado de la violencia –mítica- para su propia protección, más que para la de quienes la reciben; en tal sentido, opuesto al de la violencia fundadora y la violencia conservadora de derecho, implicará, además, la anulación revolucionaria de éstas.

2. Armas que mutan: “caminar atravesando muros”, nueva metodología de guerra urbana

Leemos ahora un texto de Eyal Weizman, “Caminar atravesando muros”: “La maniobra llevada a cabo por unidades del ejército israelí durante el ataque a la ciudad de Nablus en abril de 2002 fue descrita por su comandante, el brigadier general Aviv Kochavi, como una “geometría inversa” que, explicó, consistía en una reorganización de la sintaxis urbana por medio de una serie de acciones microtácticas. Los soldados se desplazaban por la ciudad durante el ataque atravesando “túneles sobre la superficie” de un centenar de metros escarbados a través del contiguo y denso tejido urbano. Aunque eran varios miles los soldados y cientos los guerrilleros palestinos que maniobraban simultáneamente en la ciudad, la manera en que se disolvían en su tejido era tal que la mayoría de ellos no habría sido visible, en ningún momento, desde una perspectiva aérea. Es más, los soldados no hicieron un uso frecuente de las calles, carreteras, callejones o jardines que constituyen la sintaxis de la ciudad, ni de las puertas exteriores, las escaleras interiores y las ventanas que constituyen el orden de los edificios, sino que se desplazaban horizontalmente atravesando muros de linde y verticalmente a través de agujeros abiertos en techos y suelos. Este tipo de movimiento forma parte de una táctica a la que los militares se refieren con metáforas que toman prestadas del mundo de la formación de agregaciones animales tales como “enjambrar” o “infestación”. La maniobra de desplazamiento a través de interiores domésticos convierte el interior en exterior y los dominios privados en vías públicas. Los enfrentamientos tuvieron lugar en salones medio demolidos, dormitorios y pasillos de casas de refugiados pobremente construidas en los que la televisión podía seguir encendida y un puchero reposar sobre la cocina. El movimiento, más que estar sometido a la autoridad de los límites espaciales convencionales, se hizo constitutivo del espacio y el espacio se constituyó a su vez como un acontecimiento. No era el orden del espacio el que gobernaba los patrones de movimiento, sino el movimiento el que producía y practicaba el espacio a su alrededor. (...) La táctica de “caminar atravesando muros” [walking-through-walls] implicaba concebir la ciudad no sólo como el lugar, sino como el medio mismo de la acción bélica”: a saber, como “una materia flexible, casi líquida, siempre contingente y fluyente.” (Weizman, 2010).

El gobierno de Israel ha decidido que su ejército, las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF), se formen en nuevas instituciones, que complementan las prácticas bélicas y las cuestiones civiles, estudiando modelos de urbanismo, arquitectura, técnicas de construcción, para responder a la urbanización de la insurgencia. “Entre ellos destacan el Operational Theory Research Institute (OTRI) establecido en 1996 y el “Equipo alternativo” establecido en 2003. Estos institutos se componen no sólo de oficiales militares sino también de académicos civiles y expertos tecnológicos.” El autor conversa con Dos de las principales figuras afiliadas a estos institutos, Shimon Naveh, brigadier general retirado y director del OTRI, y Aviv Kochavi, oficial en servicio (Ibidem).

“(...) Como un gusano que se abre camino comiendo, surgiendo en ciertos puntos y luego desapareciendo. Nos fuimos moviendo así desde el interior de las casas hacia el exterior de manera sorpresiva y en lugares en los que no se nos esperaba, llegando desde atrás y golpeando al enemigo que nos esperaba detrás de una esquina... Como era la primera vez que se ensayaba esta metodología [a tal escala], tuvimos que ir aprendiendo durante la propia operación cómo ajustarnos al espacio urbano pertinente, e igualmente cómo ajustar el espacio urbano pertinente a nuestras necesidades... Adoptamos esta práctica microtáctica [de desplazarnos atravesando muros] y la convertimos en un método, ¡y gracias a este método fuimos capaces de interpretar todo el espacio de forma diferente!...” dice Aviv Kochavi, comandante de la Brigada Paracaidista, para explicar el principio que guió el ataque al campo de refugiados de Balata y la colindante kasbah (ciudad vieja) de Nablus (Ibidem).

Estas operaciones se apoyan en diferentes instrumentos militares y tecnológicos –entre ellos balas de calibre 7,62 mm, capaces de atravesar madera, ladrillo y adobe, y un dispositivo “de observación de mano que combina la producción de imágenes térmicas con un radar de banda ultraancha que, de manera semejante a un contemporáneo sistema de ultrasonidos obstétrico, tiene la capacidad de producir representaciones tridimensionales de vida biológica oculta entre obstáculos”, desarrollado por la empresa israelí Camero. “instrumentos de “transparencia literal” son los principales componentes que ayudan a producir un mundo militar de fantasía espectral (o al estilo de los juegos de ordenador) de fluidez sin contornos en el que el espacio de la ciudad se vuelve tan navegable como un océano. Al esforzarse por ver lo que está oculto tras los muros, por desplazarse y propulsar la munición a través de ellos, el ejército parece haber elevado las tecnologías contemporáneas (...) al nivel de la metafísica, buscando desplazarse más allá del aquí y ahora de la realidad física, colapsando el tiempo y el espacio.” (Ibidem).

Por su parte, Shimon Naveh utiliza en sus conferencias referencias diversas, entre las cuales se hallan nombres como los de Georges Bataille, Gilles Deleuze y Félix Guatari, tomando sus conceptos críticos de la vida moderna y contemporánea, adaptando herramientas pensadas originalmente para la libertad del individuo constreñido por la sociedad capitalista, para su aprovechamiento por las fuerzas militares. “Estas tácticas, que fueron concebidas para transgredir el “orden burgués” establecido de la ciudad y representaban los muros -domésticos, urbanos o geopolíticos- como elementos arquitectónicos que encarnaban la represión social y política, inspiran otras que, en manos del ejército israelí, representan las bases para atacar una ciudad “enemiga”. Se han apropiado de la educación en Humanidades, que con frecuencia se considera el arma más poderosa contra el imperialismo, convirtiéndola en un arma poderosa para el propio poder colonial.” Se observa así que, la contradicción y la crítica pueden resultar subsumidas y puestas a operar como herramientas instrumentales por el poder hegemónico, “en este caso, las teorías posestructuralistas e incluso poscoloniales por parte del Estado colonial.” (Ibidem).

Retomando los abordajes realizados por Hanna Arendt en La condición humana, y Giorgio Agamben en Homo Sacer I. El poder soberano y la nuda vida, Weizman puede colegir que, así replanteada la teoría militar, y pensando al muro doméstico como equivalente interno de la muralla de la ciudad, la distinción clásica entre mundo privado y mundo público, la casa y la ciudad, se disuelve, así como el campo de refugiados ejemplifica una especial forma de vida en tanto población, opuesta a la ciudad. “El agrietamiento del muro/frontera físico, visual y conceptual deja nuevos dominios expuestos al poder político, ofreciendo así un diagrama físico para el concepto de “Estado de excepción” (Ibidem). La guerra así entendida ya no se trataría más de la destrucción del espacio, sino de su reorganización. Por lo que “la “geometría inversa” que vuelve la ciudad como un guante del revés, de dentro hacia fuera, revolviendo sus espacios privados y públicos, y que pliega de afuera hacia dentro la idea de un “Estado palestino”, traería consecuencias para las operaciones militares que van más allá de la destrucción física y social, lo que nos obliga a reflexionar sobre la “destrucción conceptual” de las categorías políticas que ello implica.” (Ibidem).

3. Del mismo lado de dos muros: Palestina y México

En “El fénix en el gallinero...”, Silvana Rabinovich relaciona las experiencias de la ocupación israelí en Palestina y el control fronterizo en torno al muro entre Estados Unidos y México, todo ello promovido por modelos de Estado y gobiernos antipopulares, apoyados en diferentes dispositivos, destacando los muros en sus fronteras.

“Cada 15 de mayo, el pueblo palestino conmemora un acontecimiento traumático que, desde 1948 no cesa de acontecer: la Nakba (cuya traducción, como se sabe, es catástrofe o desastre). No se trata de la conmemoración de un acontecimiento puntual. La expulsión (y el consiguiente despojo territorial) es centenaria y se transmite por generaciones.” (Rabinovich, 2018).

“A los pocos meses de la declaración del Estado de Israel, la ONU emitió la resolución 194 (III), cuyo artículo 11 resolvió que debe permitirse el retorno de los refugiados (facilitando su repatriación, reinstalación y rehabilitación económica y social, así como el pago de indemnizaciones en el caso de quienes decidan no volver). En los artículos 7 a 9 de la misma resolución, la ONU decide el libre acceso y la protección de los lugares santos, entre ellos Jerusalén y sus zonas aledañas –comprendidas entre Abu Dis, Belén, Ein Karem y Shu’afat–, la cual debía ser desmilitarizada y quedar bajo un régimen internacional permanente, que garantizara un máximo de autonomía a los distintos grupos.

A 70 años de emitida, esa resolución de Naciones Unidas es una de las principales banderas de la “Marcha del Retorno” que ocupa los diarios de los viernes y sábados desde el 30 de marzo. Como es sabido, esas movilizaciones continuarán los viernes hasta el 15 de mayo, conmemoración oficial del septuagésimo aniversario de la Nakba. Mientras, el ejército israelí sigue atacando a las manifestaciones pacíficas y, al 23 de abril, el número de muertos palestinos ascendía a 34 (entre ellos, 4 niños); y el de heridos, a 5 mil 511, incluidos al menos 454 menores, según el informe de OCHA (Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU en los territorios palestinos ocupados).” (Ibidem).

En complementariedad a lo que la autora denomina “teología política colonial” del Estado secular de Israel, juntamente con la represión a las manifestaciones pacíficas, sumadas a la ocupación histórica, Jerusalén ha venido a convertirse en centro de disputa geopolítica y religiosa. “En diciembre de 2017, el presidente estadounidense, Donald Trump, cual jinete del Apocalipsis, anunció la mudanza de la embajada de su país en Israel a Jerusalén (que de inicio planeó para 2019, pero luego decidió adelantar para este 15 de mayo, haciéndola coincidir con el septuagésimo aniversario de la Nakba). Lo secundaron los presidentes de Guatemala, Honduras y Rumania (por ahora).” (Ibidem).

Pasando ahora a hablar de México, la autora anota: “Paradójicamente, si bien los muros están hechos para separar pueblos y personas, logran unir a los que se encuentran del “mismo lado” de vallas diferentes. Es el caso de México y Palestina. No se trata sólo de aquel tweet de felicitación de Netanyahu a Trump por la decisión de construir un muro de concreto (28 de enero de 2017) y los jugosos negocios que ello trae aparejados. Las transnacionales gananciosas son las mismas. La oposición a esas edificaciones –quizás ilegales- une a los pueblos, también lo hace el movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) que, de modo curioso, por dar apenas un ejemplo señala a las mismas compañías cementeras. El muro de Cisjordania, declarado ilegal por la ONU y el Tribunal de La Haya, en algunos puntos mide ocho metros de altura y su longitud supera por mucho la del perímetro que se suponía debe cubrir, pues serpentea y ahorca así a poblaciones palestinas e, incluso, divide familias (como es el caso de Abu Dis).” (Ibidem).

“De la solidaridad entre ambos pueblos de “este lado” de los muros no cabe duda. Lamentablemente, el gobierno de México no la representa, pues aún hoy –en obediencia a las presiones del gobierno israelí– sigue sin reconocer de modo oficial al Estado de Palestina.” (Ibidem).

4. Civilización y barbarie: dos caras del narcotráfico como aparato de poder

No resumamos el extenso libro de Carlos del Frade, Ciudad blanca, crónica negra: Postales del narcotráfico en el Gran Rosario, Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires. Capitalismo y etapa superior del imperialismo, resultado de muchos años de intensa investigación. Aquí, nos abocaremos, simplemente, a retomar el prólogo, repleto de sugestivas luces y sombras, cuya lectura semeja al efecto producido por una linterna al quedar cegados por su repentino flash al ser encendida de golpe: el shock de los primeros segundos deja paso, paulatinamente, a algo que, una vez visto con su luz, desearíamos nunca haber visto, nunca habernos atrevido a encender la linterna y a iluminar lo que yacía en las sombras.

EL prólogo está precedido por una cita del diálogo final de una conocida película, El abogado del crimen: “El Consejero es un hombre que acaba de descubrir el asesinato de su mujer a cargo de un cartel del narcotráfico mexicano. Consigue un teléfono de un alto Jefe de la organización”; es algo largo, por lo que sólo tomaremos un fragmento breve, uno que resulta particularmente impactante: el jefe intenta consolar al consejero, puesto que él parece comprender su situación (dice haber perdido a un hijo por la misma causa), y llega a decirle: “Lo que debería hacer es ver la realidad de su situación. Ese es mi consejo. No soy quién para decirle lo que debería haber hecho. O dejado de hacer. Solo sé que el mundo en el que intenta usted enmendar sus errores no es el mundo en el que fueron cometidos. Está en una encrucijada y piensa qué camino debe elegir. Pero no hay nada que elegir. Aquí no existe más que la aceptación. La elección se hizo tiempo atrás” (del Frade, 2014, p.8).

 “La ciudad obrera, portuaria, ferroviaria e industrial ya no existía. En los barrios, donde había comercios, pequeñas industrias y empresas, solamente había desesperados que buscaban algún trabajo para sobrevivir. Zafar reemplazó al verbo vivir. Y no hubo tampoco palabras que explicaran el dolor de ya no ser. Ninguno de los grandes partidos políticos de la provincia ni de la ciudad intentaron comprender lo que se vivía en esas calles donde antes se abrían las puertas para los pibes y las pibas que terminaban la secundaria. Ya no estaban más, ya no están más. De allí que la región fue la “capital” de los saqueos en 1989 y su consecuencia fue la satanización del barrio Las Flores, producida por los grandes medios de comunicación de la ciudad que, obviamente, están en el centro. Muchos años después se ven esas consecuencias culturales: las chicas y los chicos de las escuelas secundarias de Las Flores sienten que valen menos que cualquiera de otro barrio.” Esos medios son los que imponen la visión de la Argentina unitaria al resto del país, “como capital nacional de los saqueos, de la desocupación y en tiempos del menemismo rubicundo, de la protesta o los paros. Hasta el día de hoy se escucha en las tribunas futboleras el cantito de las hinchadas de Capital Federal gritando: “Los gatos no se comen…”, en alusión a aquella imagen que Canal 13 mostró en una región del sur rosarino, entre Las Flores y La Tablada, hacia 1995.” (del Frade, 2014, p.10).

La ciudad civilizada, blanca, pujante, de un lado; la ciudad de los barrios marginales y las villas miseria, de los tiroteos y los sicarios, del otro. Pero son, nos permite comprender el libro de Carlos del Frade, dos caras de una misma moneda: dos imágenes de una particular versión (argentina, sudamericana) del capitalismo salvaje (definida por el autor como “etapa superior del imperialismo”). Pero esa “barbarie” es o bien producto e imagen –repulsiva a la vez que persecutoria, planteo suponer- de las zonas “civilizadas” de las mismas urbes industriales argentinas, o bien espejo en el que quieren verse reflejados, perversamente, sus promotores: no solo los narcotraficantes, sino especialmente sus cómplices, políticos corruptos que permiten e incluso colaboran con la situación vigente para sostenerse y aumentar sus ingresos.

La barbarie: rostro transfigurado que sirve como máscara de aquel otro que, con éste, se encubre más eficazmente: las realidades de los sectores marginados de la sociedad, que aquel recorta y desfigura, reduciéndolo a la imagen del mal (el pibe sicario o el niño soldado de las bandas), personas desesperadas, peones indefinidamente infravalorados en los juegos y luchas de poder por el territorio. Como si en las villas o en los barrios pobres sólo hubieran pibes “chorros” y maleducados. He aquí que, llegados al tiempo presente, dichas zonas ya no contienen los márgenes, ya no pueden aferrar los muros imaginarios que separan ricos de pobres, “buenos ciudadanos” de “mala gente”: las redes de la criminalidad hunden sus garras en la sociedad toda, y cual un veneno invisible, letal y contundente, se disemina y se desparrama por todas partes (a veces en estallidos esporádicos, como en los ajustes de cuentas y las arremetidas de los “tiratiros”, otras veces en paulatinas y constantes apropiaciones del barrio, por ejemplo, pero siempre deja sus huellas y siempre implica una apropiación de algún tipo), rebasando los márgenes y alcanzando incluso a las zonas antes “protegidas”, como el centro de Rosario, en vías de convertirse en zonas “liberadas” del control policial, en cuyo caso su ausencia complementa y promueve la presencia de las bandas violentas, cuando no forman parte aún más indisolublemente de la actividad criminal, siendo, en cualquier caso, un vehículo más de la violencia.

“El narcotráfico es el ciclo capitalista actual de acumulación de dinero fresco e ilegal y que alimenta otras actividades. Y junto a las armas conforman esa manera de concentrar efectivo sin rendir cuentas a nadie. Hay muchas armas y mucha droga entre los pibes y el pueblo en general porque así se mantiene el sistema. Luchar contra el narcotráfico es luchar contra el capitalismo.” (del Frade, 2014, p.12).

El crecimiento económico tras la recuperación de la región desde 2003 (y más específicamente desde 2005), generó un cambio de perfil: “ciudad de servicios, el famoso boom inmobiliario, exportaciones sojeras y recuperación industrial vinculada a lo agrícola. Rosario, lugar estratégico desde lo geográfico, pasó a ser uno de los principales lugares por donde circulaba la mayor cantidad de dinero. Y, según se desprende de este trabajo, la mayor cantidad de dinero incluye la mayor cantidad de dinero ilegal. Por otra parte, la investigación del doctor Vienna define que el poder de Los Monos se constituyó a partir de la instalación de un gobierno de facto en los barrios La Granada y Las Flores. Leyes propias, violencia permanente, miedo y silencio. Un gobierno ilegal que se construyó mientras existían gobiernos legales, municipales y provinciales que, claramente, miraron para otro lado.” (del Frade, 2014, p.13).

Porque, dice el autor, “no parece que haya recuperación del sentido existencial para los pibes con gendarmes y policías, sino con escuchas atentas, escuela, trabajo, deporte, cultura y alegría bien cequita de ellos.” De allí la idea que sostiene en el libro de que “este ciclo de acumulación y circulación de dinero fresco que es el narcotráfico también funciona como nueva etapa del imperialismo: control social sobre los pueblos del continente para garantizar que nunca más se produzca un enamoramiento masivo con la idea de la revolución.” la esperanza está en “volver a hacerle sentir a miles y miles de pibes argentinos que tienen derecho a soñar, a reír, a enamorarse y que trabajar no es una gilada ni una pérdida de tiempo. Y esa es una pelea cotidiana, cercana, afectiva y profundamente política y rebelde.” Para ello, es imprescindible “denunciar con nombre y apellido a los mafiosos y sus cómplices, sin pedir permiso a ningún poder para hacerlo. (...) Todavía estamos a tiempo.” (del Frade, 2014, pp.13-14).

5. Conclusiones: la mutación mesiánica

En medio de un mundo fracturado por diferentes crisis –de sentido, políticas, económicas, ambientales, sociales, etc.-, los poderes preestablecidos ofrecen una suerte de discurso de consolación, para intentar justificar –a la vez que excusarse y desvincularse de- los males que ellos mismos generan o promueven: como dice el mafioso de la película que cita del Frade, “no hay nada que elegir. Aquí no existe más que la aceptación. La elección se hizo tiempo atrás”. Entre indecisión –o imposibilidad de decidir- y decisión soberana, se nos impone esta idea, la de que, sin importar nada, no existe posibilidad alguna de cambiar lo que ocurre para mejorar la situación presente o futura; “la elección se hizo tiempo atrás”, esto es, hay que aceptar la “realidad”, condenando al interlocutor a permanecer aferrado a lo que es, negando tanto lo que sería posible hacer como lo que debería hacerse: otro –absolutamente otro, abstracto, lejos de nuestra comprensión- ya hace tiempo que decidió por nosotros. Esta enquistada manera de pensar, de pensar que todo está decidido de antemano, o que todo está perdido, que nada se puede hacer ya, en fin, la opción por la resignación, resulta inaceptable.

Hemos revisado, someramente, cuatro lecturas de las realidades contemporáneas y los dispositivos del poder que las configuran y subordinan: la violencia en relación con el derecho que, en tanto ata violencia y derecho, es o bien violencia fundadora o bien conservadora del mismo; la guerra urbana de incursión, teorizada y practicada por las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) en su guerra de exterminio contra el pueblo palestino que, en tanto busca alisar y desmurar los muros interiores de la ciudad, trata a la misma como espacio líquido, transparente y sin contornos, moviéndose por el mismo cual jugadores en un campo de guerra en un videojuego; los muros fronterizos entre Israel y Palestina y entre Estados Unidos y México como estructuras que, directa e indirectamente, separan, fragmentan e inmovilizan a las poblaciones que son cruzadas y atravesadas por los mismos; y finalmente, los flujos y reflujos del narcotráfico, entendiendo al narcotráfico como etapa superior del imperialismo, dentro del más amplio universo de dispositivos de control y sometimiento que el capitalismo concentrado aplica para su sostén, y su proliferación como una de sus tantas herramientas de enriquecimiento desde el crimen organizado, juntamente con sus demás manifestaciones –el tráfico de armas y la trata de personas, por ejemplo-, así como la pata criminal e ilegal del capitalismo que, criminal en sus orígenes y en sus fines opresivos, es cómplice del narcotráfico, el cual puede vivir y crecer mejor y más velozmente cuanto más es apoyado por el Estado y los gobiernos locales y provinciales, junto con las fuerzas de seguridad que mantienen el orden vigente.

En un mundo y en una época en los que prácticamente ya nada permanece sin cambios, en los que todo muro es factible de ser atravesado o fracturado, y cuando prácticamente cualquier espacio puede quedar a merced de su instrumentalización y reconfiguración por el gobierno de turno, las redes chocan con redes, los sujetos son o bien atomizados o bien dispersados, pero queda, creemos, un resquicio de mundo y de tiempo para la solidaridad activa, que también rebasa los muros tradicionales del mundo físico y de la cultura occidental moderna: es cuando aparecen las redes sociales en el mundo virtual, que también peligran en convertirse en un instrumento más de los intereses de unos pocos.

Entonces, pareciera que es hora de reconocer el papel de la vida en las fronteras, el activismo en red y la cultura como arma. En tiempos en que ya pocas cosas tienen alguna solidez –hasta que se vuelven objetos líquidos-, cuando todo se define en relación con el momento a momento, en que ningún espacio queda fuera de la vista, tiempos en los que las empresas transnacionales y de las tecnologías comienzan a conducir el mundo, se torna imprescindible desarrollar no solo nuevos aparatos teóricos para desactivar los dispositivos del poder; hace falta reconocer las condiciones que nos permitan elaborar formas que se amolden a la aceleración ininterrumpida de la vida social. En definitiva, reconocer los elementos que nos permitan construir las bases para una epistemología que mute con sus constructores: un pensamiento mutante, para reinterpretar y revolucionar, resistir y reexistir, en un mundo configurado por sociedades en constante mutación.

La “geometría inversa” es una prueba de la versión contraria de las teorías contemporáneas: la ocupación por un lado se ve reforzada, cotidianamente, de manera invisible pero palpable, por las teorías y prácticas que incursionan en las ciencias sociales y humanísticas, la arquitectura y la teoría del urbanismo, por el otro. No por nada, en los últimos tiempos han venido a ocupar el mercado un nuevo rubro de empresas, a saber, aquellas que proporcionan vallas para el control de las vías públicas y el monitoreo ordenado de la circulación total en sociedades donde la pobreza, la indigencia, el desempleo y otras formas de violencia social son cada vez menos insoslayables. Cuando el estallido social y político es cada vez más frecuente, ahí las empresas de vallas y conos aparecen, ofertando su configuración “ciudadana”, que en realidad no hace más que confirmar que ese espejo de la sociedad llamado cultura occidental agrega una nueva fractura a su superficie cada día. Ante la imposibilidad de “alisar” la superficie en su totalidad, el vidrio se emparcha, se lo repinta, restaura o se lo cubre, encubriendo así la opresión sistemática.

Una epistemología de combate. Como las vestimentas o la música: herramientas que están en constante cambio, según el flujo de la vida social, esta epistemología debe ajustarse al ritmo de la comunidad. En términos marxianos, “la mutación de las armas no podrá sustituir a las armas de la mutación”, que serán revolucionarias. Y en términos benjaminianos, en un mundo en el que la excepción es regla –en que es la excepción la que hace y configura las reglas-, asumir dichas “armas de la mutación” también en clave de una vida mesiánica, redentora y profundamente comprometida con el presente.

Bibliografía

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[1] Un fragmento de este texto fue presentado en calidad de exposición final para rendir el curso curricular de Epistemología e historia de las ciencias sociales: “Para una crítica de la violencia social: dispositivos de división y bionecropolítica de la marginalidad, del género y de la colonialidad”, dictado durante el segundo cuatrimestre del 2020.

[2] “El dossier exotérico de este debate, que se desarrolla con modos e intensidades diversas entre 1925 y 1956, no es muy amplio: la cita benjaminiana de la Teología política en El origen del drama barroco alemán; el curriculum vitae de 1928 y la carta de Benjamin a Schmitt de diciembre de 1930, que testimonian un interés y una admiración por el "iuspublicista fascista" (Tiedemann, en Benjamin, GS, vol. 1.3, p. 886) que han aparecido siempre escandalosos; las citas y las referencias a Benjamin en el libro de Schmitt Hamlet y Hécuba, cuando el filósofo judío había fallecido ya dieciséis años atrás. Este dossier se amplió posteriormente con la publicación en 1988 de las cartas de Schmitt a Viesel de 1973, en las cuales Schmitt afirma que su libro sobre Hobbes de 1938 había sido concebido como una "respuesta a Benjamin (...) que permaneció inobservada" (Viesel, 1988; p. 14; cf. las observaciones de Bredekamp, 1998, p. 913). El dossier esotérico es todavía más amplio y aún debe ser explorado en todas sus implicaciones. Buscaremos, de hecho, demostrar que como primer documento se debe inscribir en el dossier no la lectura benjaminiana de la Teología política, la lectura schmittiana del ensayo benjaminiano Para una crítica de la violencia (1921). El ensayo fue publicado en el n° 47 del Archivflir Sozialwissenchaften und Sozialpolitik, una revista codirigida por Emil Lederer, entonces profesor de la Universidad de Heidelberg (y, más tarde, de la New School for Social Research de Nueva York), que se encontraba entre las personas que Benjamín frecuentaba en aquel período.” Ya desde 1915, Schmitt era un lector regular de dicha revista; entre 1924 y 1927, publicó en ella numerosos artículos y ensayos, entre los cuales figura la primera versión de El concepto de lo político. Véase Agamben, Giorgio, Homo Sacer II. Estado de excepción, BsAs, Adriana Hidalgo, 2005, pp.103-104.